Miguel Hernandez
Nanas de la cebolla”
pertenece a uno de los libros más intimistas y más apasionados del recorrido
literario de Miguel Hernández. Hemos podido comprobar, que, con motivo de la
Guerra Civil española, el poeta alicantino, o más bien su obra, sufre una serie
de cambios, si no radicales, bastante evidentes al ser sus diferentes poemas
comparados entre sí.
Esta obra, una de las más
tristes “canciones de cuna” de la llamada Generación del 36, se origina al ser
el poeta detenido y posteriormente encarcelado por haber participado en el
bando republicano en la sexta división. Hernández escribe a su mujer y su hijo
desde prisión explicando con delicadeza y maestría, cómo se siente al saberse
condenado a muerte, al darse cuenta de que nunca los volverá a ver, abrazar,
que no será partícipe de sus vidas, de su futuro, del crecimiento de su hijo,
su evolución… morirá entre esas cuatro paredes sin poder remediarlo.
Éste es el último poema
perteneciente al “Cancionero y romancero de ausencias”, que el autor empieza a
escribir en 1938 (ésta es de 1939), en prisión, en ocasiones valiéndose tan
sólo de un trozo de papel higiénico, a falta de un cuaderno u hojas de papel
sueltas. En este libro los personajes serán sin duda, el hijo fallecido del
autor, la nueva llegada a la familia Hernández, y claro está, su esposa, así
como el desengaño por la derrota de los republicanos ante los fascistas. Todo
esto, claro está, bajo los efectos de las penurias, desolación, el hambre, los
tratos humillantes, la soledad y la desesperanza que producen a un ser humano,
el estar preso y condenado a muerte. En 1942, Miguel Hernández cae gravemente
enfermo, y muere en el reformatorio de adultos de Alicante. Nanas de la
cebolla, y los demás poemas que componen este libro, son, por tanto, los
últimos que el poeta alcanzó a escribir en los concluyentes y dolorosos años de
su vida.
Este poema está compuesto
por seguidillas (versos heptasílabos y pentasílabos con rima asonante. Versos
libres también). Son versos concisos, rápidos, directos… para dar así un toque
de espontaneidad, como si hubiera sido precipitado, sin haberlo meditado
demasiado.
Del verso 1 al 49,
diferenciamos la primera parte, en la que el autor se dirige a su esposa,
explicándole lo impotente que se siente al no poder ayudarla, a ella y al hijo
de ambos, en esta época de miserias, de hambre. La anima a seguir adelante,
también a su pequeño, que ría en este tiempo lleno de adversidades y se suma a
su sufrimiento, contándole como él, aún estando tan lejos, siente el olor a
cebolla, siente el dolor, y el hambre que ellos sienten, la oscuridad, la
desesperación. Él también conoce ese sentimiento, el no tener nada. La celda
teñida de negro, no hay esperanza. Hambre y dolor. Desaliento.
Del verso 50 al 84,
encontramos la segunda parte. Miguel Hernández se dirige hacia su hijo, y
explica también la situación que él mismo está viviendo en prisión. Transmite a
su pequeño la importancia de vivir, de saber disfrutar, de reír, de ser fuerte
hasta que vengan tiempos mejores. Le hace saber cuánto le consuela su
existencia, lo fuerte que le hace, las ganas de seguir adelante que le imprime,
lo valiosa que es su sonrisa y su bienestar en sus días grises entre rejas. Le
anima a aprovechar su niñez, a que no la deje atrás demasiado pronto, pues él
ya la dejó, y nunca volvió. Ya habrá tiempo de luchar, de ser hombre feroz
tiempo para enterrar la alegría y la paz, como cita en los versos 71-74.
NANAS DE LA CEBOLLA
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
La cebolla es escarcha
cerrada y pobre.
Escarcha de tus días
y de mis noches.
Hambre y cebolla,
hielo negro y escarcha
grande y redonda.
En la cuna del hambre
mi niño estaba.
Con sangre de cebolla
se amamantaba.
Pero tu sangre,
escarchada de azúcar
cebolla y hambre.
Una mujer morena
resuelta en lunas
se derrama hilo a hilo
sobre la cuna.
Ríete niño
que te traigo la luna
cuando es preciso.
Tu risa me hace libre,
me pone alas.
Soledades me quita,
cárcel me arranca.
Boca que vuela,
corazón que en tus labios
relampaguea.
Es tu risa la espada
más victoriosa,
vencedor de las flores
y las alondras.
Rival del sol.
Porvenir de mis huesos
y de mi amor.
Desperté de ser niño:
nunca despiertes.
Triste llevo la boca:
ríete siempre.
Siempre en la cuna
defendiendo la risa
pluma por pluma.
Al octavo mes ríes
con cinco azahares.
Con cinco diminutas
ferocidades.
Con cinco dientes
como cinco jazmines
adolescentes.
Frontera de los besos
serán mañana,
cuando en la dentadura
sientas un arma.
Sientas un fuego
correr dientes abajo
buscando el centro.
Vuela niño en la doble
luna del pecho:
él, triste de cebolla,
tú satisfecho.
No te derrumbes.
No sepas lo que pasa
ni lo que ocurre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario