¡Cuán bellos son tus senos,
hermana mía, esposa mía !
Tus senos son mas bellos que el vino,
y el suave olor de tus ungüentos
esta por encima de todas
las especias aromáticas.
(El Cantar de los Cantares de Salomón)
Esa tendencia
humana al hedonismo permanente es el motivo por el cual en todas las culturas y
a lo largo de la historia, encontrar la fuente del placer perenne ha sido uno
de los objetivos fundamentales de la conducta humana. Dilatar la intimidad
sexual, aumentar el deseo y elevar al máximo el rendimiento personal, son
aspiraciones que el hombre, genéricamente, ha perseguido con extraordinario
esfuerzo. Para ello, los filtros del amor, las pócimas y los brebajes
elaborados con diferentes bebidas y alimentos destinados a tal fin por los
hombres, han sido diversos. Son los llamados alimentos afrodisíacos en honor a
la diosa griega del amor, Afrodita. Nacida del mar y en una concha de perlas,
motiva que las ostras desde entonces simbolicen la sensualidad y representen
los genitales femeninos. Sin duda, los alimentos al igual que el sexo, se
aprovechan en plenitud cuando todos los sentidos participan intensamente,
convirtiéndose en un festín para el organismo entero. El conjunto de
sensaciones, la satisfacción visual ante la combinación de colores, de manjares
apetitosos, sus placenteros aromas, y las distintas texturas de los alimentos,
predisponen a un estado de exaltación general propicio a la insinuación sexual.
El nacimiento
de Afrodita. Sandro Botticelli (1445-1510).
Históricamente
las primeras noticias relacionadas con el efecto estimulante de algunos
alimentos sobre el deseo sexual se encuentran en las escrituras más antiguas de
la humanidad. Los primitivos humanos copulaban en los campos al creer que los
cultivos compartían su fecundidad. El vínculo psicológico entre alimento y sexo
es bien conocido en los círculos científicos. En Egipto una planta denominada
mandrágora, era consumida por los nobles de la época para mejorar el
rendimiento sexual y a la vez, desinhibir a las más conservadoras cortesanas.
Se decía que cuando se ahorcaba a un hombre, éste eyaculaba y la mandrágora
saltaba de la tierra donde caía el semen. La bella Cleopatra suavizaba su
cuerpo con baños en leche y seducía los paladares de su lista de amantes con
una fina confitura de miel y almendras vertida en partes estratégicas de su
joven cuerpo. En la mitología griega, Príapo, dios rústico de la fertilidad,
tanto de la vegetación como de todos los animales vinculados con la vida
agrícola es un personaje puramente fálico. Era adorado como protector de los
rebaños de cabras y ovejas, de las abejas, del vino, de los productos de la
huerta e incluso de la pesca. Príapo pesaba las hortalizas del huerto con una
balanza de dos platos, confrontando lo producido con el peso de su portentoso
miembro. Cuantos más vegetales se cargaban en el plato, más ascendía el miembro
viril. El filósofo Aristóteles realizó algunos estudios acerca del efecto
afrodisíaco de las cantáridas, insecto más conocido como mosca española. Los
romanos ya conocían las propiedades afrodisíacas de las frutas y hortalizas y
seguramente, la relación entre el consumo de estas y la virilidad. La
abundancia en la cosecha también era prueba de la fertilidad y virilidad del
agricultor. Como saben los agricultores, el perejil es una semilla más difícil
de germinar que otras, y era considerado más varonil quien tuviera mejores
éxitos con esta hierba.
Príapo. Fresco de Pompeya.
Durante la
Edad Media, la cocina orientada a incrementar la libido estaba particularmente
relacionada con la condimentación de los platos. Las recetas intensamente
especiadas y preparadas con apio, cebolla, nuez moscada o pimentón, provocaban
un aumento de la temperatura corporal con los consiguientes sudores y
palpitaciones. Una respuesta perfectamente normal de nuestro organismo que las mentes
más inquisidoras tachaban sin dilación de insulto a la moral y de pecado de
lujuria. También la forma de los alimentos animaba la imaginación para ver más
allá de un conjunto de nutrientes y calorías, formas que recuerdan a los
genitales tanto de hombres como de mujeres. La analogía resulta fácil, si es
alargado es un pene y si es ancho y redondo, es una vagina. De esta forma, las
similitudes fálicas comienzan con frutas como el plátano, o plantas como las
raíces de mandrágora, y continúa con verduras y hortalizas como el espárrago,
la zanahoria o el nabo.
Alegoría de la
gula y la lujuria. Jerónimo Bosch (1450 -1516).
El marisco y
el sexo femenino enlazan sus formas para convertir las ostras, las almejas e
incluso los berberechos, en los exponentes gastronómicos del placer en un acto
que empieza en la mesa y termina en un lecho de amor y placer. Por extensión,
ya se consideran estimulantes hasta las angulas y los langostinos. En las
bebidas una buena copa de vino tinto o las punzantes burbujas del champagne
pueden guardar la promesa de una noche de pasión y desenfreno. El apogeo del
hechizo erótico llega con los postres, fresas con nata, higos, uvas o cualquier
plato de pastelería en el que esté presente el chocolate, verdadero rey de la
excitación.
De todos modos
hemos de decir que la imaginación vestida de acto de fe es el afrodisíaco más
potente y así lo expresa Salomón en “El Cantar de los Cantares”. “Tus labios,
esposa mía son como panal rezumante, hay miel y leche bajo tu lengua y tu ropa
tiene el olor del incienso."