GULA. FRANCINE PROSE.

"Aprendamos a aumentar la continencia, a enfrentar la demasía, a templar la gula, a mitigar la ira". Lucio Anneo Séneca (4 a. C. – 65).


Como señala la novelista Francine Prose, estamos obsesionados con la dieta. ¿Y qué es esta obsesión por la comida sino una lucha entre el pecado y la virtud, el exceso y el autocontrol, una lucha contra las feroces tentaciones de la gula?

En Gula, Francine Prose sirve un maravilloso banquete de ingeniosas e interesantes observaciones sobre este delicioso pecado capital. A través de un repaso a la evolución de los distintos conceptos de gula, analiza también las ideas al respecto sobre la salvación y la condena, la salud y la enfermedad, la vida y la muerte. Y no sólo ofrece un bullicioso cóctel de referencias, que oscila desde san Agustín hasta Chaucer, pasando por Petronio y Dante, sino que también demuestra que la gula, en la Edad Media, constituía un problema profundamente espiritual, mientras que hoy en día la hemos transformado de pecado en enfermedad, de modo que lo que satanizamos son los horrores del colesterol y los peligros de la carne roja. De hecho, la opinión moderna sobre la gula sostiene que comemos por un impulso compulsivo, autodestructivo, para evitar la intimidad y el contacto social. Pero la gula, como nos recuerda Prose, también constituye una afirmación del placer y la pasión. La autora finaliza el libro contando la historia de uno de los grandes héroes de la gula, Diamond Jim Brady, cuyo estómago tenía un tamaño seis veces mayor de lo normal.

Como escribe Prose, «el rostro grueso y resplandeciente de la gula ha sido –y continúa siendo- el espejo donde nos reflejamos, donde se reflejan nuestras esperanzas y miedos, nuestros sueños más oscuros y deseos más profundos». Y nunca nos habremos contemplado tanto en este espejo como con este libro perspicaz y estimulante.


La gula

LAS RECETAS DE SOLITA. LA COCINA DE LOS EPISODIOS NACIONALES.

"El mal, en cualquier forma que tome dentro de lo humano, no tiene significación alguna para una alma fuerte, aplomada y segura de sí misma”. Benito Pérez Galdos.(1843-1920).


En homenaje a Benito Perez Galdós, la autora ha hecho un repaso minucioso de la gastronomía en los 46 tomos de los Episodios Nacionales. El punto de partida es el recetario de Soledad Gil de la Cuadra (Solita). Rebeca Calvo también describe los establecimientos gastronómicos y principales personajes que aparecen en la obra de Don Benito. Han pasado casi cien años desde que Galdós expresase su sentir culinario en los Episodios Nacionales. Él decía que en España no se comía, se engullía. Describió en sus 46 tomos -que, por cierto, son muy amenos a pesar de la “fama” que tienen- el comer diario en todos los estratos sociales de la época y lo que abunda es llenar la panza para saciar el hambre, tan endémica en nuestro país según opinión galdosiana. Abundaban grasos pucheros y sopas caldudas como le gustaban a don Juan Hondón, en detrimento de los consomés introducidos por Lhardy y preferidos por Rivas Guisando.

Han pasado casi cien años y las cosas han cambiado bastante en nuestro panorama gastronómico. Ahora nos hemos pasado al lado contrario y comemos, sin rechistar, tortillas desestructuradas que se cuajan en la boca, extraños gazpachos de ingredientes impensables. Pero al menos se ha dejado de engullir.


Retrato de Benito Pérez Galdós. Joaquín Sorolla(1863-1923).

Dos amores son los que han llevado a la autora a escribir este libro: por un lado su afición a la gastronomía, no sólo es divertida, también ayuda a conocer otras culturas, otros momentos históricos. Precisamente la historia es el nexo de unión que la lleva a su otra pasión: Los Episodios Nacionales de Pérez Galdós. En ellos se describen hechos históricos, así como todas las facetas de la sociedad española del siglo XIX, incluyendo, cómo no, restaurantes, tabernas, fondas, cafés, puestos callejeros…y la cocina casera.

Si se debe destacar algo de La Gastronomía en los Episodios Nacionales, son Las Ordubres, palabreja de la época para designar los entremeses y que Don Benito describe magistralmente en su episodio Montes de Oca. Por supuesto me he apropiado del vocablo para encabezar las recetas que aparecen en “Las Recetas de Solita”. 


Benito Perez Galdós. Apuntes biográficos. 

EL PIMIENTO VERDI. ALBERT BOADELLA.

“Nada puede causar mayor placer a los ricos de hoy, que comer como los pobres de antaño” Michel Charasse.


Las veladas lirico-gastronómicas que espontáneamente se organizan por las noches entre los clientes famosos del restaurante El Pimiento Verde han sido la fuente de inspiración del director Albert Boadellla para poner en marcha esta producción teatral, El Pimiento Verdi.

La obra de Albert Boadella, que conmemora el bicentenario de los nacimientos de los músicos Giuseppe Verdi y Richard Wagner, se desarrolla en la taberna El Pimiento Verdi en homenaje al restaurante madrileño El Pimiento Verde (con sedes en Lagasca, 46, Quintana, 1 y Príncipe de Vergara, 60). La propuesta culinaria del local, que abrió sus puertas en 1998, centrado en la cocina vasca, incluye platos como croquetas de chipirón, bacalao, revuelto de boletus y langostinos, chuletón, merluza o chipirones encebollados. Hay mucho acento en las verduras; las alcachofas son divas en la carta y los pimientos que han seducido –según propia confesión- al director y actor catalán, ya muy madrileñizado y frecuentador de veladas gastronómicas con otros artistas y compañeros del mundo escénico. Esos encuentros son ingredientes básicos del menú argumental que ha cocinado en su nuevo montaje el director de los Teatros del Canal.

Muchas noches, tras las cenas, clientes del mundo de la ópera, el cine, la literatura o la política que frecuentan este restaurante se animan de forma espontánea a tocar el piano y surgen sobremesas líricas que se prolongan hasta la madrugada. En estas sesiones gastromusicales se mezclan con los clientes habituales escritores, actores, cantantes y políticos. Entre los frecuentadores conocidos figuran Aitana Sánchez-Gijón, Candela Peña, Willy Toledo, Fernando Sánchez-Dragó e incluso la expresidenta de la Comunidad de Madrid Esperanza Aguirre. La atmósfera de este local al que es adicto el fundador de Els Joglars ha sido precisamente su inspiración.

El Pimiento Verdi discurre en una taberna y el protagonista (interpretado por el barítono Luis Álvarez), se llama Sito, en homenaje al propietario del restaurante, Sito Lecanda. Otros personajes que toman la escena, como el pianista-camarero, tienen su réplica real en el restaurante. Del mismo modo que allí la clientela guisa tertulias con sus aficiones, en el escenario teatral los personajes amantes de las óperas verdianas defienden en la obrasus gustos musicales y cantan frente a sus competidores wagnerianos.

UN BANQUETE PARA LOS DIOSES. COMIDAS, RITOS Y HOMBRES EN EL NUEVO MUNDO.

"Todo hombre debe comer, beber y disfrutar del fruto de su trabajo: es el don de Dios." Libro del Eclesiastés.


El hambre que afligiera a los españoles entregados a la conquista de América, les obligó a comer cueros y culebras para acelerar su marcha hacia la prosperidad soñada, y acabó con quienes dejaron de adorar a sus antiguos dioses. En Un banquete para los dioses se da cuenta de las comidas, ritos y hambres en el Nuevo Mundo a través de una narración en la que se advierte cómo la conquista de la despensa ultramarina se va transformando en una orgía que conduce a la locura de los dioses. Agustín Remesal aprovecha esta apasionante historia para explicar la naturaleza afrodisiaca del chocolate -un producto que desencadenaría una gran división de opiniones acerca de su bondad-, las leyes y decretos que regulaban el uso de la coca, los beneficios y dificultades que la utilización del tabaco podía acarrear, la pantofagia o ingestión de toda clase de animales y plantas, etc. Un texto, en suma, que trata de demostrar que el hambre no tiene religión, y ello a pesar de que la teología se mezcle frecuentemente con los pucheros.



La noche triste de Hernán Cortes. Manuel Ramírez Ibáñez (1856 -1925).

LAS CENAS DEL CLUB DE LOS SÁBADOS.


“El postre tiene que ser espectacular, porque llega cuando el gourmet ya no tiene hambre”. Alexandre Grimod de la Reyniere (1758 - 1838).


Tres años antes, el mundo de Eve se derrumbó cuando el hombre de su vida, Ethan, la abandonó de un día para otro sin dar la más mínima explicación. Sin embargo ahora, a punto de entrar en la treintena, parece que está a punto de alcanzar de nuevo la felicidad completa: tiene el ilusionante proyecto de crear su propio negocio, un café en el barrio de moda de Londres en el que servirá sus deliciosas tartas caseras, y un novio encantador, Joe, que la convence de participar en «El Club de las Cenas de los Sábados», el popular concurso que organiza el periódico donde él colabora y que cada semana premia al mejor cocinero y anfitrión de una cena completa. Quizás así consiga algo de financiación extra y de publicidad gratuita para su café. Eve será la primera concursante en recibir a los invitados, y la sorpresa será mayúscula.

"Las cenas del Club de los sábados" de Amy Bratley es una historia de reencuentros, temores y dudas que gobiernan nuestras vidas cuando perdemos a los seres que más nos importan. Es una novela abonada a los sentimientos: el amor, el odio y la contradicción son sensaciones que se entremezclan a lo largo de las páginas. Es un retrato de la sociedad en la que vivimos. Amy Bratley nos plantea dos alternativas: seguir los razonamientos que nos marca la lógica o hacer caso a los designios del corazón. Todas las familias ocultan secretos y la suya no es ajena a este fenómeno. La amistad, el dolor y los recuerdos toman el timón en ‘Las cenas del Club de los Sábados’, una historia femenina con muchos giros inesperados que terminará por cautivar a sus lectores.


Londres,  atardecer.  José Luis Suárez Suárez.

EN LA COCINA DE AFRODITA. SEXO Y GASTRONOMÍA: LA COCINA DE EROS.

“La mujer es un manjar digno de dioses, cuando no lo cocina el diablo.” William Shakespeare (1564 - 1616).


Comida y sexo. Sexo y comida. Uno de los más sugerentes binomios que podamos imaginar y que En la cocina de Afrodita se nos describe con detalle. Así, la autora nos descubre la íntima relación que hay entre los alimentos, su forma de cocinarlos, presentarlos y comerlos y el goce sexual. Un apetito despierta al otro si sabemos aderezar el placer adecuadamente. Podemos aprender cómo explorar la sensualidad que existe en todos nosotros a través del juego que activa en nuestros sentidos un manjar cargado de deseo. Comer es, entonces, más que un prolegómeno o un complemento: puede ser uno de los pilares de una vida sexual divertida y diferente. Si las caricias, los roces o los besos son importantes, ¿por qué no incorporar una fondue con aromas de oriente o langostinos en cama de chocolate a nuestra dieta amorosa? Puede regalar a su amante una caja de bombones o un ramo de rosas: regálese usted este libro y abrirá toda una fuente de sabores, texturas y olores que harán de su sobremesa la más agradable introducción a su sobrecama.


Almuerzo sobre la hierba. (Edouard Manet).

EL FESTIN DE JOHN SATURNALL.

"Los ingleses inventaron la sobremesa para olvidar la comida". Pierre Bonnard (1867 - 1947).


Inglaterra, 1625. En el remoto pueblo de Buckland la multitud clama contra la brujería. John Sandall y su madre Susan se ven obligados a esconderse en el bosque. Allí Susan abre su libro y cuenta a su hijo la historia de un antiguo festín mantenido en secreto durante generaciones.

El festín es toda la herencia de John. Pero mientras las maravillosas recetas surgen de las páginas, todo alrededor sucumbe al frío. Ese invierno la madre de John muere. Acosado por los niños de lo alrededores como hijo de una bruja, John es acogido en Buckland Manor, la ancestral morada de sir William Fremantle, donde es puesto a trabajar en las cocinas que ocupan el subsuelo.

John recibe un encargo: convencer a Lucretia, la hija de sir William, que abandone el desafío lanzado a su padre negándose a comer. A medida que el amor surge entre ellos, los conflictos afloran por doquier. La Guerra Civil lanza a John y Lucretia a la lucha por la supervivencia contra los fanáticos soldados del New Order. Para conservar aquello que más quiere, John tiene que realizar la visión El festín de John Saturnall narra la vida de un hombre desde humeantes cocinas a dormitorios ilícitos, a través de campos de batalla y antiguos bosques mágicos. Entre la realidad y el mito esta fascinante novela describe una rica y compleja historia de amor y de guerra en la Inglaterra del siglo diecisiete.

El autor  ha comentado que la riqueza gastronómica de Inglaterra en aquella época, y que plasma en esta novela, no tiene nada que ver con la cocina de hoy en día. Aquella era más genuina, rica y mucho más elaborada.




"El festín de John Saturnall" de Lawrence Norfolk.



CHA JING, EL TÉ HECHO CULTURA.

“El uso apropiado del té es para divertir a los ociosos, y relajar al estudioso, y diluir las comidas completas de aquellos que no pueden hacer ejercicio, y no recurren a la abstinencia”. Samuel Johnson (1709 – 1784).




Con elementos de poesía y filosofía el Clásico del Té, Cha Jing o Ch’a Ching ( ), escrito por Lu Yu, es un gran tratado sobre el té, un análisis pormenorizado que resulta en el reflejo de hábitos e ideas que han modelado la cultura del té en China y ha contribuido a su expansión, particularmente a Japón.

Aún hoy es posible encontrar traducciones del libro, pero es difícil captar el verdadero espíritu literario de la obra, escrita en un estilo poético sintético trabajado por los eruditos de la época, y asimismo comprender el conjunto que supone el detalle de investigación y análisis desde el origen, la producción, los utensillos, la elaboración y la forma de beberlo, con algunas especificaciones que pueden considerarse muy útiles hoy en día mientras otras pueden carecer de sentido.

Lu Yu vivió durante la dinastía Tang, en el siglo VIII. Adoptado por un monje budista llamado Zhiji aficionado al té, tuvo allí su primer contacto con la bebida y comenzó el interés por la planta que se convirtió en una fascinación que le acompaño toda su vida.


Zhiji preparando té con el niño Lu Yu

El té comenzaba a vivir su época de oro en todo el imperio bajo la Dinastía Tang (618-907) y era producido y consumido profusamente gracias a la transmisión oral que lo había situado como un producto no sólo de uso medicinal sino de consumo cotidiano, de forma sin embargo aún muy variada. En diferentes lugares se practicaban distintas maneras de producción y preparación con desiguales resultados. Aún no había certeza de su calidad: algunos productores distinguían la cosecha de primavera como té y las posteriores como ming o té amargo, y no había acuerdo de cómo ni cuando se debía cosechar y tratar el té.

Lu Yu dedicó muchos años a la investigación del té, visitó plantaciones, tomó muestras, indagó, estudió todo lo relativo a su origen, historia y costumbres, y plasmó todo eso en su gran libro. Al mismo tiempo lo dotó de una visión filosófica ligada a la evolución del pensamiento religioso de la época en el que el té simboliza la armonía y la unidad misteriosa del Universo.

Sus ideas tuvieron gran importancia en el desarrollo del conocimiento y rituales del té mas allá de la extensa frontera del imperio. Durante la dinastía Tang las relaciones culturales entre China y Japón fueron nutridas y comenzó a cultivarse el té en Japón.

La primera mención de un acto formal que implica el consumo de té en la cultura nipona data del siglo VIII, sin embargo en ese momento es probable que no se pareciera mucho a la ceremonia japonesa del té, tan conocida hoy en día a la que se le concede una importante influencia de este libro.


Ceremonia de té.

CÓMO LÁZARO SE ASENTÓ CON UN CLÉRIGO, Y DE LAS COSAS QUE CON ÉL PASÓ. EL LAZARILLO DE TORMES.

El hambre es el primero de los conocimientos: tener hambre es la cosa primera que se aprende. Miguel Hernández (1910-1942).

En la novela picaresca española se refleja un sentido materialista de la vida. Hay que sobrevivir. Blanco Aguinaga en la Historia Social de la Literatura Española dice "La vida de Lázaro está marcada desde la infancia por algo elementalmente brutal: el hambre, que aparece obsesivamente una y otra vez en la novela..." 


El Lazarillo de Tormes. Luis Santamaría Pizarro (1884 - 1912).

El hambre es el motor del pícaro en todas las novelas picarescas, El pícaro tiene que valerse de todas sus astucias para conseguir la comida, llegando incluso a robarla. Esto último estaría en relación con la opinión que tiene el pícaro sobre el esfuerzo para obtener la comida. En la Segunda parte del Lazarillo de Tormes de H. Luna, Lázaro dice: "porque siempre quise más comer berzas y ajos sin trabajar que capones y gallinas trabajando". En la mayor parte de las obras de la picaresca está presente el tema de la comida, pero casi siempre se plantea su escasez; cuando se habla de una mesa repleta de comida, no es el pícaro el que participa en el banquete, sino que observa como comen los demás.


Lazarillo de Tormes. Francisco de Goya. (1746-1828).

Capítulo 3 - Cómo Lázaro se asentó con un clérigo, y de las cosas que con él pasó.

Otro día, no pareciéndome estar allí seguro, fuime a un lugar que llaman Maqueda, adonde me toparon mis pecados con un clérigo, que, llegando a pedir limosna, me preguntó si sabía ayudar a misa. Yo dije que sí, como era verdad; que, aunque maltratado, mil cosas buenas me mostró el pecador del ciego, y una de ellas fue ésta. Finalmente, el clérigo me recibió por suyo.

Escapé del trueno y di en el relámpago, porque era el ciego para con éste un Alejandro Magno, con ser la misma avaricia, como he contado. No digo más, sino que toda la lacería del mundo estaba encerrada en éste: no sé si de su cosecha era o lo había anejado con el hábito de clerecía.

Él tenía un arcaz viejo y cerrado con su llave, la cual traía atada con un agujeta del paletoque. Y en viniendo el bodigo de la iglesia, por su mano era luego allí lanzado y tornada a cerrar el arca. Y en toda la casa no había ninguna cosa de comer, como suele estar en otras algún tocino colgado al humero, algún queso puesto en alguna tabla o en el armario, algún canastillo con algunos pedazos de pan que de la mesa sobran; que me parece a mí que, aunque de ello no me aprovechara, con la vista de ello me consolara.

Solamente había una horca de cebollas, y tras la llave, en una cámara en lo alto de la casa. De éstas tenía yo de ración una para cada cuatro días, y, cuando le pedía la llave para ir por ella, si alguno estaba presente, echaba mano al falsopeto y con gran continencia la desataba y me la daba diciendo:

-Toma y vuélvela luego, y no hagáis sino golosinar.

Como si debajo de ella estuvieran todas las conservas de Valencia, con no haber en la dicha cámara, como dije, maldita la otra cosa que las cebollas colgadas de un clavo. Las cuales él tenía tan bien por cuenta, que, si por malos de mis pecados me desmandara a más de mi tasa, me costara caro. Finalmente, yo me finaba de hambre.

Pues ya que conmigo tenía poca caridad, consigo usaba más. Cinco blancas de carne era su ordinario para comer y cenar. Verdad es que partía conmigo del caldo, que de la carne ¡tan blanco el ojo!, sino un poco de pan, y ¡pluguiera a Dios que me demediara!

Los sábados cómense en esta tierra cabezas de carnero, y enviábame por una, que costaba tres maravedís. Aquélla le cocía, y comía los ojos y la lengua y el cogote y sesos y la carne que en las quijadas tenía, y dábame todos los huesos roídos, y dábamelos en el plato, diciendo:

Bodegón con costillas, lomo y cabeza de cordero.. Francisco de Goya. (1746-1828).

-Toma, come, triunfa, que para ti es el mundo. Mejor vida tienes que el papa.

«¡Tal te la dé Dios!» -decía yo paso entre mí.

A cabo de tres semanas que estuve con él vine a tanta flaqueza, que no me podía tener en las piernas de pura hambre. Vime claramente ir a la sepultura, si Dios y mi saber no me remediaran. Para usar de mis mañas no tenía aparejo, por no tener en qué dalle salto. Y, aunque algo hubiera, no podía cegalle, como hacía al que Dios perdone (si de aquella calabazada feneció), que todavía, aunque astuto, con faltalle aquel preciado sentido, no me sentía; mas estotro, ninguno hay que tan aguda vista tuviese como él tenía.

Cuando al ofertorio estábamos, ninguna blanca en la concha caía, que no era de él registrada: el un ojo tenía en la gente y el otro en mis manos. Bailábanle los ojos en el casco como si fueran de azogue. Cuantas blancas ofrecían tenía por cuenta, y, acabado el ofrecer, luego me quitaba la concha y la ponía sobre el altar.

No era yo señor de asirle una blanca todo el tiempo que con él viví, o, por mejor decir, morí. De la taberna nunca le traje una blanca de vino; mas aquel poco que de la ofrenda había metido en su arcaz compasaba de tal forma que le duraba toda la semana

Y por ocultar su gran mezquindad, decíame:

-Mira, mozo, los sacerdotes han de ser muy templados en su comer y beber, y por esto yo no me desmando como otros.

Mas el lacerado mentía falsamente, porque en cofradías y mortuorios que rezamos, a costa ajena comía como lobo y bebía más que un saludador.

Y porque dije de mortuorios, Dios me perdone, que jamás fui enemigo de la naturaleza humana sino entonces. Y esto era porque comíamos bien y me hartaban. Deseaba y aun rogaba a Dios que cada día matase el suyo. Y cuando dábamos sacramento a los enfermos, especialmente la extremaunción, como manda el clérigo rezar a los que están allí, yo cierto no era el postrero de la oración, y con todo mi corazón y buena voluntad rogaba al Señor, no que le echase a la parte que más servido fuese, como se suele decir, mas que le llevase de aqueste mundo.

Y cuando alguno de éstos escapaba, ¡Dios me lo perdone!, que mil veces le daba al diablo; y el que se moría, otras tantas bendiciones llevaba de mí dichas. Porque en todo el tiempo que allí estuve, que serían casi seis meses, solas veinte personas fallecieron, y éstas bien creo que las maté yo, o, por mejor decir, murieron a mi recuesta; porque, viendo el Señor mi rabiosa y continua muerte, pienso que holgaba de matarlos por darme a mí vida. Mas de lo que al presente padecía, remedio no hallaba; que, si el día que enterrábamos yo vivía, los días que no había muerto, por quedar bien vezado de la hartura, tornando a mi cotidiana hambre, más lo sentía. De manera que en nada hallaba descanso, salvo en la muerte, que yo también para mí, como para los otros deseaba algunas veces; mas no la veía, aunque estaba siempre en mí.

Pensé muchas veces irme de aquel mezquino amo; mas por dos cosas lo dejaba: la primera, por no me atrever a mis piernas, por temer de la flaqueza que de pura hambre me venía; y la otra, consideraba y decía: «Yo he tenido dos amos: el primero traíame muerto de hambre y, dejándole, topé con este otro, que me tiene ya con ella en la sepultura; pues si de éste desisto y doy en otro más bajo, ¿qué será, sino fenecer?». Con esto no me osaba menear, porque tenía por fe que todos los grados había de hallar más ruines. Y a abajar otro punto, no sonara Lázaro ni se oyera en el mundo.

Pues estando en tal aflicción, cual plega al Señor librar de ella a todo fiel cristiano, y sin saber darme consejo, viéndome ir de mal en peor, un día que el cuitado, ruin y lacerado de mi amo había ido fuera del lugar, llegóse acaso a mi puerta un calderero, el cual yo creo que fue ángel enviado a mí por la mano de Dios en aquel hábito. Preguntóme si tenía algo que adobar.

«En mí teníades bien que hacer, y no haríades poco, si me remediásedes» -dije paso, que no me oyó.

Mas, como no era tiempo de gastarlo en decir gracias, alumbrado por el Espíritu Santo, le dije:

-Tío, una llave de este arcaz he perdido, y temo mi señor me azote. Por vuestra vida, veáis si en ésas que traéis hay alguna que le haga, que yo os lo pagaré.

Comenzó a probar el angélico calderero una y otra de un gran sartal que de ellas traía, y yo ayudalle con mis flacas oraciones. Cuando no me cato, veo en figura de panes, como dicen, la cara de Dios dentro del arcaz, y, abierto, díjele:

-Yo no tengo dineros que daros por la llave; mas tomad de ahí el pago.

Él tomó un bodigo de aquéllos, el que mejor le pareció, y, dándome mi llave, se fue muy contento, dejándome más a mí.

Mas no toqué en nada por el presente, porque no fuese la falta sentida, y, aun porque me vi de tanto bien señor, parecióme que la hambre no se me osaba allegar. Vino el mísero de mi amo, y quiso Dios no miró en la oblada que el ángel había llevado.

Y otro día, en saliendo de casa, abro mi paraíso panal y tomo entre las manos y dientes un bodigo y en dos credos le hice invisible, no olvidándoseme el arca abierta. Y comienzo a barrer la casa con mucha alegría, pareciéndome con aquel remedio remediar dende en adelante la triste vida. Y así estuve con ello aquel día y otro gozoso; mas no estaba en mi dicha que me durase mucho aquel descanso, porque luego, al tercero día, me vino la terciana derecha. Y fue que veo a deshora al que me mataba de hambre sobre nuestro arcaz, volviendo y revolviendo, contando y tornando a contar los panes. Yo disimulaba, y en mi secreta oración y devociones y plegarias decía: «¡San Juan y ciégale!»

Niños jugando a los dados. Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682).

Después que estuvo un gran rato echando la cuenta, por días y dedos contando, dijo:

-Si no tuviera a tan buen recaudo esta arca, yo dijera que me habían tomado de ella panes; pero de hoy más, sólo por cerrar la puerta a la sospecha, quiero tener buena cuenta con ellos: nueve quedan y un pedazo.

«¡Nuevas malas te dé Dios!» -dije yo entre mí.

Parecióme con lo que dijo pasarme el corazón con saeta de montero y comenzóme el estómago a escarbar de hambre, viéndose puesto en la dieta pasada. Fue fuera de casa. Yo, por consolarme, abro el arca y, como vi el pan, comencélo de adorar, no osando recebillo. Contélos, si a dicha el lacerado se errara, y hallé su cuenta más verdadera que yo quisiera. Lo más que yo pude hacer fue dar en ellos mil besos, y, lo más delicado que yo pude, del partido partí un poco al pelo que él estaba, y con aquél pasé aquel día, no tan alegre como el pasado.

Mas, como la hambre creciese, mayormente que tenía el estómago hecho a más pan aquellos dos o tres días ya dichos, moría mala muerte; tanto, que otra cosa no hacía, en viéndome solo, sino abrir y cerrar el arca y contemplar en aquella cara de Dios, que así dicen los niños. Mas el mismo Dios, que socorre a los afligidos, viéndome en tal estrecho, trajo a mi memoria un pequeño remedio, que, considerando entre mí, dije: «Este arquetón es viejo y grande y roto por algunas partes, aunque pequeños agujeros. Puédese pensar que ratones, entrando en él, hacen daño a este pan. Sacarlo entero no es cosa conveniente, porque verá la falta el que en tanta me hace vivir. Esto bien se sufre».

Y comienzo a desmigajar el pan sobre unos no muy costosos manteles que allí estaban, y tomo uno y dejo otro, de manera que, en cada cual, de tres o cuatro desmigajé su poco. Después, como quien toma gragea, lo comí y algo me consolé. Mas él, como viniese a comer y abriese el arca, vio el mal pesar y sin duda creyó ser ratones los que el daño habían hecho, porque estaba muy al propio contrahecho de como ellos lo suelen hacer. Miró todo el arcaz de un cabo a otro y viole ciertos agujeros por do sospechaba habían entrado. Llamóme, diciendo:

-¡Lázaro, mira, mira, qué persecución ha venido aquesta noche por nuestro pan!

Yo híceme muy maravillado, preguntándole qué sería.

-¿Qué ha de ser? -dijo él-. Ratones, que no dejan cosa a vida.

Pusímosnos a comer, y quiso Dios que aun en esto me fue bien: que me cupo más pan que la lacería que me solía dar, porque rayó con un cuchillo todo lo que pensó ser ratonado, diciendo:

-Cómete eso, que el ratón cosa limpia es.

Y así, aquel día, añadiendo la ración del trabajo de mis manos, o de mis uñas por mejor decir, acabamos de comer, aunque yo nunca empezaba.

Y luego me vino otro sobresalto, que fue verle andar solícito quitando clavos de las paredes y buscando tablillas, con las cuales clavó y cerró todos los agujeros de la vieja arca.

«¡Oh Señor mío -dije yo entonces-, a cuánta miseria y fortuna y desastres estamos puestos los nacidos, y cuán poco duran los placeres de esta nuestra trabajosa vida! Heme aquí, que pensaba con este pobre y triste remedio remediar y pasar mi lacería, y estaba ya cuanto que alegre y de buena ventura. Mas no quiso mi desdicha, despertando a este lacerado de mi amo y poniéndole más diligencia de la que él de suyo se tenía (pues los míseros por la mayor parte nunca de aquélla carecen), agora, cerrando los agujeros del arca, cerrase la puerta a mi consuelo y la abriese a mis trabajos».

Así lamentaba yo, en tanto que mi solícito carpintero, con muchos clavos y tablillas, dio fin a sus obras, diciendo:

-Agora, donos traidores ratones, conviéneos mudar propósito, que en esta casa mala medra tenéis.

De que salió de su casa, voy a ver la obra, y hallé que no dejó en la triste y vieja arca agujero ni aun por donde le pudiese entrar un mosquito. Abro con mi desaprovechada llave, sin esperanza de sacar provecho, y vi los dos o tres panes comenzados, los que mi amo creyó ser ratonados, y de ellos todavía saqué alguna lacería, tocándolos muy ligeramente, a uso de esgrimidor diestro. Como la necesidad sea tan gran maestra, viéndome con tanta siempre, noche y día estaba pensando la manera que tendría en sustentar el vivir. Y pienso, para hallar estos negros remedios, que me era luz la hambre, pues dicen que el ingenio con ella se avisa, y al contrario con la hartura, y así era por cierto en mí.

Pues estando una noche desvelado en este pensamiento, pensando cómo me podría valer y aprovecharme del arcaz, sentí que mi amo dormía, porque lo mostraba con roncar y en unos resoplidos grandes que daba cuando estaba durmiendo. Levantéme muy quedito, y, habiendo en el día pensado lo que había de hacer y dejado un cuchillo viejo que por allí andaba en parte do le hallase, voyme al triste arcaz, y, por do había mirado tener menos defensa, le acometí con el cuchillo, que a manera de barreno de él usé. Y como la antiquísima arca, por ser de tantos años, la hallase sin fuerza y corazón, antes muy blanda y carcomida, luego se me rindió y consintió en su costado, por mi remedio, un buen agujero. Esto hecho, abro muy paso la llagada arca, y, al tiento, del pan que hallé partido, hice según de yuso está escrito. Y con aquello algún tanto consolado, tornando a cerrar, me volví a mis pajas, en las cuales reposé y dormí un poco, lo cual yo hacía mal, y echábalo al no comer. Y así sería, porque cierto, en aquel tiempo, no me debían de quitar el sueño los cuidados del rey de Francia.

Otro día fue por el señor mi amo visto el daño, así del pan como del agujero que yo había hecho, y comenzó a dar a los diablos los ratones y decir:

-¿Qué diremos a esto? ¡Nunca haber sentido ratones en esta casa, sino agora!

Y sin duda debía de decir verdad, porque, si casa había de haber en el reino justamente de ellos privilegiada, aquélla de razón había de ser, porque no suelen morar donde no hay qué comer. Torna a buscar clavos por la casa y por las paredes, y tablillas a atapárselos. Venida la noche y su reposo, luego yo era puesto en pie con mi aparejo y, cuantos él tapaba de día, destapaba yo de noche.

En tal manera fue y tal prisa nos dimos, que sin duda por esto se debió decir: «donde una puerta se cierra, otra se abre». Finalmente, parecíamos tener a destajo la tela de Penélope, pues, cuanto él tejía de día rompía yo de noche. Ca en pocos días y noches pusimos la pobre despensa de tal forma que, quien quisiera propiamente de ella hablar, más corazas viejas de otro tiempo, que no arcaz, la llamara, según la clavazón y tachuelas sobre sí tenía.

De que vio no aprovecharle nada su remedio, dijo:

-Este arcaz está tan maltratado y es de madera tan vieja y flaca, que no habrá ratón a quien se defienda. Y va ya tal que, si andamos más con él, nos dejará sin guarda. Y aun lo peor, que, aunque hace poca, todavía hará falta faltando, y me pondrá en costa de tres o cuatro reales. El mejor remedio que hallo, pues el de hasta aquí no aprovecha: armaré por de dentro a estos ratones malditos.

Niños comiendo melón y uvas. Bartolomé Esteban Murillo (1617-1682).

Luego buscó prestada una ratonera, y con cortezas de queso que a los vecinos pedía, contino el gato estaba armado dentro del arca. Lo cual era para mí singular auxilio, porque, puesto caso que yo no había menester muchas salsas para comer, todavía me holgaba con las cortezas del queso que de la ratonera sacaba, y sin esto no perdonaba el ratonar del bodigo.

Como hallase el pan ratonado y el queso comido y no cayese el ratón que lo comía, dábase al diablo, preguntaba a los vecinos qué podría ser comer el queso y sacarlo de la ratonera y no caer ni quedar dentro el ratón, y hallar caída la trampilla del gato.

Acordaron los vecinos no ser el ratón el que este daño hacía, porque no fuera menos de haber caído alguna vez. Díjole un vecino:

-En vuestra casa yo me acuerdo que solía andar una culebra, y ésta debe de ser sin duda. Y lleva razón, que como es larga, tiene lugar de tomar el cebo, y, aunque la coja la trampilla encima, como no entre toda dentro, tórnase a salir.

Cuadró a todos lo que aquél dijo y alteró mucho a mi amo, y dende en adelante no dormía tan a sueño suelto, que cualquier gusano de la madera que de noche sonase, pensaba ser la culebra que le roía el arca. Luego era puesto en pie, y con un garrote que a la cabecera, desde que aquello le dijeron, ponía, daba en la pecadora del arca grandes garrotazos, pensando espantar la culebra. A los vecinos despertaba con el estruendo que hacía, y a mí no me dejaba dormir. Íbase a mis pajas y trastornábalas, y a mí con ellas, pensando que se iba para mí y se envolvía en mis pajas o en mi sayo; porque le decían que de noche acaecía a estos animales, buscando calor, irse a las cunas donde están criaturas, y aún mordellas y hacerles peligrar.

Yo las más veces hacía del dormido, y en la mañana, decíame él:

-¿Esta noche, mozo, no sentiste nada? Pues tras la culebra anduve, y aun pienso se ha de ir para ti a la cama, que son muy frías y buscan calor.

-¡Plega a Dios que no me muerda -decía yo-, que harto miedo le tengo!

De esta manera andaba tan elevado y levantado del sueño, que, mi fe, la culebra (o culebro por mejor decir) no osaba roer de noche ni levantarse al arca; mas de día, mientras estaba en la iglesia o por el lugar, hacía mis saltos. Los cuales daños viendo él, y el poco remedio que les podía poner, andaba de noche, como digo, hecho trasgo.

Yo hube miedo que con aquellas diligencias no me topase con la llave, que debajo de las pajas tenía, y parecióme lo más seguro metella de noche en la boca, porque ya, desde que viví con el ciego, la tenía tan hecha bolsa que me acaeció tener en ella doce o quince maravedís, todo en medias blancas, sin que me estorbase el comer, porque de otra manera no era señor de una blanca que el maldito ciego no cayese con ella, no dejando costura ni remiendo que no me buscaba muy a menudo.

Pues, así como digo, metía cada noche la llave en la boca y dormía sin recelo que el brujo de mi amo cayese con ella; mas cuando la desdicha ha de venir, por demás es diligencia. Quisieron mis hados, o por mejor decir mis pecados, que, una noche que estaba durmiendo, la llave se me puso en la boca, que abierta debía tener, de tal manera y postura que el aire y resoplo, que yo durmiendo echaba, salía por lo hueco de la llave, que de cañuto era, y silbaba, según mi desastre quiso, muy recio, de tal manera que el sobresaltado de mi amo lo oyó, y creyó sin duda ser el silbo de la culebra, y cierto lo debía parecer.

Levantóse muy paso con su garrote en la mano, y, al tiento y sonido de la culebra, se llegó a mí con mucha quietud, por no ser sentido de la culebra. Y, como cerca se vio, pensó que allí en las pajas, do yo estaba echado, al calor mío se había venido. Levantando bien el palo, pensando tenerla debajo y darle tal garrotazo que la matase, con toda su fuerza me descargó en la cabeza un tan gran golpe que sin ningún sentido y muy mal descalabrado me dejó.

Como sintió que me había dado, según yo debía hacer gran sentimiento con el fiero golpe, contaba él que se había llegado a mí y, dándome grandes voces, llamándome, procuró recordarme. Mas, como me tocase con las manos, tentó la mucha sangre que se me iba, y conoció el daño que me había hecho. Y con mucha prisa fue a buscar lumbre y, llegando con ella, hallóme quejando, todavía con mi llave en la boca, que nunca la desamparé, la mitad fuera, bien de aquella manera que debía estar al tiempo que silbaba con ella.

Espantado el matador de culebras qué podría ser aquella llave, miróla sacándomela del todo de la boca, y vio lo que era, porque en las guardas nada de la suya diferenciaba. Fue luego a proballa, y con ella probó el maleficio. Debió de decir el cruel cazador: «El ratón y culebra que me daban guerra y me comían mi hacienda he hallado».

De lo que sucedió en aquellos tres días siguientes ninguna fe daré, porque los tuve en el vientre de la ballena, mas, de cómo esto que he contado oí, después que en mí torné, decir a mi amo, el cual a cuantos allí venían lo contaba por extenso.

A cabo de tres días yo torné en mi sentido, y vime echado en mis pajas, la cabeza toda emplastada y llena de aceites y ungüentos, y, espantado, dije:

-¿Qué es esto?

Respondióme el cruel sacerdote:

-A fe que los ratones y culebras que me destruían ya los he cazado.

Y miré por mí, y vime tan maltratado que luego sospeché mi mal.

A esta hora entró una vieja que ensalmaba, y los vecinos. Y comiénzanme a quitar trapos de la cabeza y curar el garrotazo. Y, como me hallaron vuelto en mi sentido, holgáronse mucho y dijeron:

-Pues ha tornado en su acuerdo, placerá a Dios no será nada.

Ahí tornaron de nuevo a contar mis cuitas y a reírlas, y yo, pecador, a llorarlas. Con todo esto, diéronme de comer, que estaba transido de hambre, y apenas me pudieron demediar. Y así, de poco en poco, a los quince días me levanté y estuve sin peligro (mas no sin hambre) y medio sano.

Luego otro día que fui levantado, el señor mi amo me tomó por la mano y sacóme la puerta fuera y, puesto en la calle, díjome:

-Lázaro, de hoy más eres tuyo y no mío. Busca amo y vete con Dios, que yo no quiero en mi compañía tan diligente servidor. No es posible sino que hayas sido mozo de ciego.

Y santiguándose de mí, como si yo estuviera endemoniado, tórnase a meter en casa y cierra su puerta.


Película completa de 1959 "El Lazarillo de Tormes", de César Fernández Ardavín.

ÁNDEME YO CALIENTE Y RÍASE LA GENTE, LUIS DE GONGORA Y ARGOTE.

"Hoy hacen amistad nueva
más por Baco que por Febo
don Francisco de Que-Bebo
don Félix Lope de Beba".

Luis de Góngora y Argote (156 –1627).


Luis de Góngora y Argote .Diego Velázquez (1599–1660).

La armonía y el equilibrio que caracterizaban al ¨Renacimiento se rompieron por completo en el siglo XVII. Esta ruptura supuso el inicio de un nuevo movimiento artístico y literario, el Barroco. Se singularizaba por una visión más pesimista y cruda de la vida, debido al severo periodo de crisis y decadencia que se estaba viviendo en toda Europa. Luis de Góngora fue uno de los autores más destacados de este movimiento. Además, fue considerado precursor de una nueva corriente poética llamada culteranismo. Ésta se basaba, como su propio nombre indica, en el uso de cultismos que aportaban mayor complejidad y fuerza a sus creaciones. A pesar de ser el principal cultivador de este tipo de poesía, Góngora también escribió obras siguiendo la tradición popular.

El poema que analizaremos es una letrilla (estrofa que deriva del villancico) que surge de un refrán popular (“Ándeme yo caliente, y ríase la gente”). En ella, Góngora hace un elogio de la vida humilde, llena de placeres sencillos, y, a la vez, refleja su desprecio hacia el poder y los lujos que este conlleva. El autor pretende hacer una crítica de la sociedad y de la pésima situación en la que ésta se encuentra. Por esa razón, utiliza un tono burlesco y escéptico, propio de la sátira.

El poema puede dividirse en tres partes, según la temática: a lo largo de las dos primeras estrofas, se encuentra un desprecio burlón del poder y el lujo; en las estrofas tres y cuatro, el autor refleja su rechazo hacia los comerciantes y empresarios ambiciosos que solo buscan enriquecerse.

También describe con detalle la naturaleza que envuelve la imagen; y en las dos últimas estrofas, ridiculiza el amor y manifiesta su gran prioridad: la comida y la bebida. El poeta hace alusión en numerosas ocasiones a alimentos (morcilla, bellotas, castañas…) con la intención de reivindicar aquello que es realmente importante en una situación llena de penuria y dificultades, y mostrar su rechazo hacia aquellos gozan de una vida opulenta y no son capaces de valorarlos.


Dos jóvenes a la mesa.Diego Velázquez (1599–1660).

Ándeme yo caliente
Y ríase la gente.
Traten otros del gobierno
Del mundo y sus monarquías,
Mientras gobiernan mis días
Mantequillas y pan tierno,
Y las mañanas de invierno
Naranjada y aguardiente,
Y ríase la gente.

Coma en dorada vajilla
El príncipe mil cuidados,
Cómo píldoras dorados;
Que yo en mi pobre mesilla
Quiero más una morcilla
Que en el asador reviente,
Y ríase la gente.

Cuando cubra las montañas
De blanca nieve el enero,
Tenga yo lleno el brasero
De bellotas y castañas,
Y quien las dulces patrañas
Del Rey que rabió me cuente,
Y ríase la gente.

Busque muy en hora buena
El mercader nuevos soles;
Yo conchas y caracoles
Entre la menuda arena,
Escuchando a Filomena
Sobre el chopo de la fuente,
Y ríase la gente.

Pase a media noche el mar,
Y arda en amorosa llama
Leandro por ver a su Dama;
Que yo más quiero pasar
Del golfo de mi lagar
La blanca o roja corriente,
Y ríase la gente.

Pues Amor es tan cruel,
Que de Píramo y su amada
Hace tálamo una espada,
Do se junten ella y él,
Sea mi Tisbe un pastel,
Y la espada sea mi diente,
Y ríase la gente


“Ändeme yo caliente y riase la gente”, musicado por Vicente Monera.