PRODUCIR MAS Y MEJOR.

Primero, fue necesario civilizar al hombre en su relación con el hombre. Ahora, es necesario civilizar al hombre en su relación con la naturaleza y los animales. (Victor Hugo).

Desde pequeños hemos ido aceptando muchos mitos y relativas certezas sobre la naturaleza de nuestra alimentación. Esta es algo tan elemental y habitual que pocas veces nos detenemos a pensar en ella atentamente. Solemos pensar que en estos tiempos de progreso y de asepsia, en los países desarrollados del primer mundo con grandes recursos técnicos, podemos estar tranquilos en cuanto a lo que comemos. Creemos que minuciosos estudios nos protegen de una alimentación peligrosa y aceptamos que todo está controlado. Desde los numerosos foros donde se están debatiendo las prácticas de la ganadería, la pesca intensiva y la industria alimenticia califican esta actitud de inocente. Existen algunas cuestiones que el consumidor corriente no relaciona con los alimentos que ingiere, y parece lógico pensar que si en determinados ámbitos nos advierten sobre los riesgos de lo que comemos y como lo producimos muchos hábitos alimenticios empezarán a cambiar en breve.

Indagando en las principales dificultades que amenazan nuestra alimentación basada en el actual modelo de producción industrial encontraríamos cuatro causas sobre los que giran las actuales problemáticas y reflexiones. En primer lugar la contaminación de los entornos naturales de producción, en segundo y como consecuencia del anterior la repercusión sobre la salud de los consumidores. A continuación tendríamos el hambre que padece una parte importante de la humanidad con las lógicas consecuencias sociopolíticas, económicas y por supuesto morales. Y por ultimo no menos importante es el trato que infligimos a los animales que nos sirve como alimento.

Recientes estudios sobre contaminación auspiciados por la F.A.O. que es la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación concluyen que las granjas factoría en las que se sustentan los actuales sistemas de producción influyen directamente sobre la tierra, el agua, la atmosfera y la biodiversidad por medio de la emisión de basura y contaminantes animales, la utilización de combustibles fósiles y la modificación de las fuentes genéticas animales. Igualmente, esto actúa en la distribución global de la tierra cultivable, al influir sobre ella para solventar las exigencias de alimento para el ganado. Las emisiones de amoníaco de los depósitos de desechos biológicos determinan la acidificación de la tierra y la contaminación de aguas y cultivos. El crecimiento de la población y la progresiva industrialización han tenido efectos demoledores en nuestro medio ambiente, como son el calentamiento global, la polución, deforestación, degradación de la tierra y extinción de especies. En un futuro las auténticas consecuencias de una larga escalada de degradación medioambiental son aún impredecibles. En este escenario, como vemos, la agricultura intensiva actual está en cuestión por parte de las instituciones y organizaciones, facultadas para regular sus prácticas. Tras la alarma internacional que hace unos años causaron los primeros casos del mal de las vacas locas, la gripe porcina y aviar, se ha vuelto a poner en entredicho la importancia de la alimentación animal para el consumo humano. ¿Estamos suficientemente protegidos ante las enfermedades de origen animal? ¿Qué controles veterinarios pasan los animales antes de ser consumidos?

Las cifras comparativas de cantidad de alimentos de origen vegetal en relación con las de origen animal, son claramente favorables a las segundas. No son pocas las voces que se preguntan, ¿si con tan sólo cambiar buena parte de la producción de carne por grano, conseguiríamos un aumento extraordinario en la cantidad de personas que podemos alimentar en un mundo que agoniza de hambre, por qué no actuamos en consecuencia? La respuesta que aúna un mayor acuerdo entre los partidarios de esta alternativa es deprimente, por los intereses económicos de las industrias implicadas.


Las espigadoras. (Jean François Millet)

Las personas que han investigado la problemática de la vida animal en los sistemas de producción modernos coinciden en los siguientes puntos básicos: el sistema de granja industrial actual persigue producir la mayor cantidad de alimento, del modo más rápido y barato posible, y en la menor cantidad de espacio. Esto comporta que las vacas, terneros, cerdos, gallinas, pavos, patos, gansos, conejos y otros animales son puestos en pequeñas habitáculos muchas veces sin posibilidad incluso de girarse sobre si mismos. Se les impide el ejercicio para que todas las energías se destinen a producir alimento. Se les alimenta con hormonas de crecimiento para cebarlos más rápidamente y se les altera genéticamente para que crezcan más grandes o para que produzcan más de forma acelerada y antinatural. El escaso o inexistente uso de anestesia en procedimientos como la castración agrava aún más el problema. El razonamiento es simple, para el productor es más económico sustituir un animal enfermo o muerto, que proporcionarle cuidados veterinarios. Tampoco su alimentación está exenta de crítica ya que los animales son alimentados con una dieta antinatural de granos pesados, antibióticos, hormonas y otros complementos inverosímiles. Cuando los animales son trasladados los hacinan dentro de camiones donde padecen estrés, sufren lesiones, aguantan temperaturas extremas y padecen la falta de alimento y agua.

Está claro pues que debemos plantearnos si nuestros sistemas productivos son los más adecuados y si es el momento de ir acometiendo cambios que logren un mayor cuidado de nuestro medio ambiente y cuidado de los animales que repercuta en una alimentación más sana y una población mejor alimentada. Hay que producir más y mejor.


Soberanía alimentaria.